25/12/07

El otro dueño del volante: taxista


- De aquí a la derecha
Las dos manos se posaron en el timón y la maniobra se convirtió en un paisaje nuevo.
- Déjeme pasando el árbol seco.
Las palabras diseñaron el próximo movimiento. Contó las monedas una a una. Asintió con la cabeza. Y suavemente se dibujaron unas palabras en sus labios:
- Feliz Navidad, señorita
El tono pesado de su voz contrastaba con la sonrisa sin dos dientes que miraba fijamente mis ojos antes de bajar. La calle me recibía con su monotonía de hace veinte años. Pronuncié:
- Feliz Navidad, señor Vicente. Como figuraba en un sticker en la parte superior derecha de la luna frontal de su carro (económico y pequeño, que se debate entre aquellos que dudan entre la inseguridad de viajar en él o confiar en los movimientos advenedizos que solo un Tico puede hacer).
Seis soles han recorrido la vía expresa, los seis soles que guarecían en mi bolsillo izquierdo esperando ser acariciados por otras manos continuamente, continuamente.

***

La familia iba rumbo a casa en un viejo Volkwagen amarillo, el chofer tenía pliegues en el rostro mostrando sus años y su extrema delgadez. El diente plateado brillaba cada vez que la palabra “Fujimori” endulzaba su discurso, con la frente en alto recordaba a quien fue “el salvador” del terrorismo. Escuchábamos e insistíamos en otros planteamientos para no creer en el Chino. Los pliegues se acentuaban. Su fe en el Chino era un escudo infranqueable ante nuevos argumentos, era como intentar cambiarle de religión. “Robó, pero hizo cosas, todos roban, pero él hizo algo”. El taxista puede convertirse en un analista político o en una fuente segura de opinión. Su voz ha sido escuchada al abrirse la puerta con un nuevo pasajero. Ha sido olvidada al cerrarse. O ha conseguido un nuevo adepto. “Alan es un ladrón, se dio la gran vida en Europa…”.

***

La cerveza había descontrolado nuestros afanes guardados desde hacía un mes. Salieron a la luz de la manera más natural, así como un sol ilumina la cuidad, así nuestras pasiones se habían desbordado, igual como la espuma rebalsaba el vaso. Paramos un Station Wagon. Habíamos descubierto el perfecto rincón para nuestro rebalsamiento irracional. Y mientras una mano se deslizaba por debajo del polo verde, las uñas rasgaban la espalda del adolescente compañero de amor. Unos ojos indiscretos se colaban a mi manera de olvidar los consejos de mamá: no dejes que te toquen, los hombres a veces solo quieren otra cosa, antes de casarte no pienses en sexo, dedícate a los estudios en vez de al enamorado, cuídate de los chicos, ¡qué es eso de choque y fuga!.
- ¿Es por aquí?
- Sí, sí, sí, siiiii… pronunciaba sin que mis labios se despegaran de los de mi amigo.
- ¿Doblo a la derecha?
- ¡Oh!, a la izquierda maestro, a la izquierda…
A veces un taxista sabe cuando callar y solo sortear escuetas preguntas necesarias.

***

Las lecciones de vida se cruzan por los ojos y oídos, a veces se quedan como imágenes o se graban como música. Las lecciones no siempre se encuentran en un libro o en la iglesia. Se acerca un niño, como tantos otros, a la luna por la que sobresale el brazo cobrizo del joven taxista. Quebró el ruido, propio del Centro de Lima, para preguntarle su nombre: ¿Cómo te llamas, muchacho? En un cambio de patrón de palabras aprendidas, el niño de ojos color manzanilla respondió: Pepe. Interrumpió y olvidó su perorata diaria, apenas alcanzó a expresar que una fruna podemos comprar, pero sus ojos tristes obtuvieron un brillito de estrella (como las verdaderas estrellas se esconden de nuestro cielo, estos destellos también se esconden de los rostros de los niños, sin embargo, las estrellas existen y son más difíciles de ver en los ojillos acostumbrados a vivir bajo cielo limeño). En un consejo de viejo conocedor de las verdaderas campañas de marketing, explicó el taxista: Sonríe, no pongas cara de lástima para que te compren, yo cuando vendía caramelos hacía reír a la gente y me compraban, ¡uy! Si vieras como rayaba… sonríe, no causes lástima niño. El semáforo cumplía su función de pasar de rojo a verde. Un cambio y arranca.

***

Era una lata grisácea. Previa rebaja, son solo cinco soles los que cruzarán la avenida para llegar a mi destino. Al enfrascarme en aquella lata con ruedas, no era solo apartarme de la serenidad de la calle a esas horas de la noche, era respirar otro aire. La Parada, aquel mercado que fue la receta diaria de Humareda en sus pinturas, sofocaba el auto, era el mismo aire que fulmina el olfato más sensible. Sobreviví los quince minutos que duró el viaje en medio de un silencio en el que absorbí la inspiración de Humareda y un perfume barato de varón. El silencio se abandonó al pronunciar: en esta esquina me deja… Con el rostro algo apenado, recibió el billete en el que lucía Quiñones. Conté el vuelto y dije gracias.

***

Había acabado la comisión y esperábamos el taxi contratado por la universidad, teníamos los equipos en nuestras mochilas y con los ojos abiertísimos intentábamos ubicar algún carro negro. Samuel y yo nos preocupamos cuando ya habían pasado algo más de diez minutos y no veíamos el carro… empezamos a recorrer los alrededores y solo atraíamos bocinazos que nos pedían ser los afortunados que nos lleven. Nos llamaron a avisarnos que el auto ya estaba en la puerta desde hace ya rato. Dimos un vistazo más con cierta duda. Una señora de cabello cano volteaba una página de un diario, fijamos nuestros ojos en aquella dama y en el carro en que ella estaba. Nos acercamos con pasos dubitativos, preguntamos si era la empresa que buscábamos. Con una sonrisa, la dama respondió: sí, suban, hace rato he estado esperándolos.
Nos ubicamos en el asiento trasero con las miradas desencajadas. No esperábamos una taxista. Era devastador sentir que habíamos obviado de nuestra búsqueda aquel carro en el que la chofer estaba ojeando su diario. Siguió su camino sin preguntas. Solo nosotros hablábamos sobre las fotos que tomamos en aquella, mi primera comisión.

***

- Ha salido muy tarde usted. Expresó el taxista con suspicacia, como quien hace un ampay al hallar a la chiquilla con su pareja.
En un ataque por demostrar que mi vida no era solo besitos, empecé a contar algunos de mis logros académicos, eso que suele agradar a los adultos que piensan en una juventud perdida, que piensan en una generación de perreo desinteresada en nuestra realidad. No quería una felicitación o una frase que me impulsara a seguir, solo era restregarle en la cara que no todo tiempo pasado fue mejor, es solo distinto.

***

Ésta mañana tomé un taxi. 25 de diciembre. El caballero, que me cobró tres soles para ir a una feria, resultó ser un galán al paso y confiaba plenamente en sus dotes de seductor.
- ¿Cómo te llamas?
- Berenjena
- Yo me llamo Carlos, mucho gusto…
Intenté derivar la conversación al vacío, cuando luego de unos instantes:
- Feliz navidad. Tomó mi mano pálida y pensé en estrechar las manos como un saludo afable. Su mano llevó la mía a sus labios, dio un beso sonoro. Entonces me arrepentí de haberme sentado en el asiento delantero.
- Felices fiestas… también
- ¿Te volveré a ver? Solo alcancé a hacer un sonido gutural
- ¿Por dónde vives?
- Ah… por el Centro de Lima. Como una bendición, timbró mi celular.
En pocos minutos llegué al punto acordado, pagué exacto y caminé hacia la feria.

***

Otros recuerdos se suceden en mi mente con melancolía, otro año más que se nos pasa en un abrir y cerrar de puertas. Y recuerdo las sabias letras de Lavoe: Oiga mire taxi, coja su dinero y guárdese el cambio, ya estamos llegando, esta es la tristeza, ésta es mi agonía, adiós y buena suerte… si alguien le pregunta cuál fue mi destino, no le diga a nadie que tomé el camino de los que no quieren que los vean llorando por causa de un amor. El encargado de nuestros próximos destinos -especialmente cuándo estamos apurados, sino, a chapar bus nomás-. La música en cada cuatro ruedas es otra historia. Las formas de manejar otra. El semáforo, la pista, el transeúnte (que no conoce de la luz roja), tantos detalles olvidados, tantas puertas aún sin abrir. Innumerables historias empiezan al estirar la mano y parar un nuevo taxi, historias que acaban al cerrar la puerta y agradecer llegar a tiempo y con vida (en Lima, nunca se sabe).

18/11/07

Más allá de la muerte

Hay un mundo de vivos

Todo tiene su final, nada dura para siempre. La muerte es definitiva y desconocida. No hay estudioso que descifre las leyendas urbanas del “más allá”. La incógnita crea expectativa. Y ésta, divinidad. El primero de noviembre, día de los santos, los cementerios se ven abarrotados de gente. Una extraña veneración más allá de nuestro tiempo. Cuenta el cronista Guamán Poma de Ayala que los incas loaban a sus muertos en el mes de noviembre. Eran exhumados y paseados por el poblado, a su vez, les daban de comer y beber. Una tradición que no se desliga totalmente de nuestros días.

Comienza el alba y con ella las primeras almas llegan al camposanto. Lima se viste de flores frente al cementerio. El Ángel ha abierto sus puertas y recibe, como ningún otro día en el año, a la masa de visitantes y la feria que a su alrededor se gesta. Cuadra 16 del jirón Ancash – Barrios Altos. El Cementerio del Ángel (su nombre real) fue inaugurado en junio de 1959, para cobijar los cuerpos inertes que ya no cabían en el Presbítero Matías Maestro.

Como me ha dolido, cuando me dijiste el echarme al olvido. Las olas de gente parecen turbulentas. Cualquier otro día, serían mansas o casi habría sequía. Entre rezos y algunas lágrimas que ruedan silenciosas sobre mejillas sonrosadas por el calor de una primavera que recién se avizora. Y que se percibe, de manera indirecta, en el perfume de las flores que no deja de poseer los pabellones febriles. Las flores –víctimas de cuchillos, tijeras y ligas- forman un cuadro de puntillismo en medio de una percudida blancura.

Suenan algunos saxos, percusión y guitarras. La lira Jaujina afina los instrumentos y filtra su música entre sollozos de gato. “Todos los primeros venimos”, expresa Guillermo con una sonrisa de media luna. “Diez soles unas tres canciones, depende…” responde despidiéndose de mis dudas. El grupo ha conseguido un cliente. Más allá, uniformados y con sombrero, la fiesta se apodera de media cuadra. ¡Zapatea, que viene el huayno!. La orquesta Folklórica Nuevo Amanecer impone el ritmo por el taita Humberto.

Beben y beben y vuelven a beber, los peces en el río por ver al Dios nacido. El negocio es el negocio. Las carretillas de comida ofrecen chicharrón, mazamorra o cebichón, también hay emoliente y gaseosa de china, no falta el higadito ni el tallarín rojo con huancaina. ¡Una porción de anticuchos! ¡Otra de picarón!. Quizás prefiera visitar a su difunto saboreando un turrón. O tal vez, un buen vaso de licor.

Una misa. Un rezo. Un cántico. Los mausoleos son estructuras artísticas que guarecen a las familias “importantes”. Algunos son especies solitarias. Abandonadas por el olvido de su descendencia de rimbombantes apellidos. Angelitos desnudos, vírgenes opacadas por el tiempo, cruces de exageradas decoraciones. Luis Banchero Rossi se halla sepultado desde 1972 y su recuerdo sigue latente en cada flor que al pasar cualquier transeúnte le deposita y se persigna, quizás con esperanza de que el empresario hubiera sido un buen presidente.
Triste está mi corazón al saber que te marchas en ese tren… Santa Glicerina es el nombre del pabellón que guarda en su interior, cual tesoro del pueblo, al hombre que hizo que los cerros bajen cuando cantaba: Chacalón. A quien diariamente acuden sus fieles oyentes (y creyentes) a ponerle un ramito cual santo patrón. Pero el pueblo no detiene su fe, Augusto Ferrando está enterrado en el Pabellón San Bartolomé y no son pocos los que recuerdan la multitudinaria despedida del famoso conductor de Trampolín a la fama. Al que no le falta, tampoco, un jazmín, un pompón o un clavel.

En las afueras una procesión de ambulantes ataviados de disfraces, como un Barney que intenta vender sonajas a madres incautas. Desde sábila a un caparazón de tortuga, más la labia de quien oferta su producto natural, atrae a un grupo de cinco, seis atentos posibles clientes. Mientras a través de un megáfono se anuncia el fin del mundo, el calendario del Señor de los Milagros se reparte gratuitamente por algunos miembros de la cuadrilla.

Lava, refriega bien todo depósito con agua. Saca, saca el dengue de tu casa. Se elevan escaleras a los nichos más altos. Cincuenta céntimos cuesta llegar y poner las flores en su lugar. Subsistirán hasta que el agua empozada adopte un tono de óxido y el ramo cumpla aquel dicho que reza: la belleza es pasajera. Arena húmeda en vez de agua señala el folleto del Minsa. Todos reciben el volante con el interés de echarse aire.

Un monumento en nombre del periodismo. Colegas que sufrieron los artificios de una época sangrienta de nuestra historia. Las víctimas de Uchurajay son resguardados por la imponencia del cementerio. Una cámara registra el mausoleo y va en busca de los otros focos “noticiosos”.

El día que te fuiste, triste me quedé llorando. Por sus mejillas ruedan la tristeza de ver al amor perdido. Recitan las flores su aroma. Una guitarra naufraga al canto desolado de ¡Ay, Chabela!. Llora y recuerda. Mientras el coro repite: No importa tu ausencia te sigo esperando, desde un equipo, desde un puesto que evoca los boleros de Lavoe a 3 soles cada CD. ¿Nada menos? “No pues, yo pago por estar aquí”. No hay silencio en el camposanto de negocio urbano.

Escoltado por los cuarteles: La Pólvora –que agoniza su existencia con cada ladrillo del nuevo complejo habitacional de Mivivienda- y El Barbones –conocido por los Húsares Junín que su interior alberga. Se levanta el cementerio que le es reservado a los de escasos recursos (contrario a los años mozos de su creación). Y su fachada tiene el mérito de lucir los murales de Szysylo y las esculturas de Joaquín Roca Rey.

Dobla el triste dos de noviembre
Y la rama del presentimiento
se la muerde un carro que simplemente
ruede por la calle
(César Vallejo)


Paulo Cohelo sigue demostrando que la “literatura” de autoayuda es la más vendida. Las películas de estreno se venden en el piso. La campaña contra el dengue continúa en su estante. A la par que los policías tocan sus pitos intentando disgregar a los heladeros. Un bebe grita su aburrimiento. Algunas lágrimas siguen cayendo en este mediodía soleado que hace más intensa la caminata. Probablemente los muertos no comparten con los vivos la fecha festiva. Pero sus almas siguen esperando primero tras primero de noviembre más allá de las disposiciones de la iglesia. Más allá de las costumbres ancestrales. Porque la muerte sigue siendo un territorio desconocido. Y mientras tanto, el mundo sigue siendo de los vivos.

20/10/07

El cuarto piso del trabajo “¡Directo!”

Oficios falsos


“Me traes tu deneí, pagas cinco soles para la ficha y al otro día ya te estamos dando la dirección de la empresa, así de rápido”. Dice Eliana mientras amarra sus cabellos rulos. La oferta para ser operaria de una fábrica no es desdeñable, pagan semanalmente S/. 215.00. Sin embargo, hay otras opciones en la oficina de al lado, es así que, en el mismo cuarto piso cubierto por una luz tenue, casi tétrica, puedo preguntar sobre los beneficios de ser abarrotero, etiquetador, embotellador, empaquetador, almacenero, costurero, hasta vigilante, como solicitan en los avisos clasificados con el estribillo en mayúsculas: URGENTE.

Los siete días de la semana de 8 a 6 de la tarde, un hombrecito de gorra, tez cobriza y estatura mediana, merodea el primer piso de un edificio en la avenida Wilson 911, lleva en su mano derecha una mica que contiene, no programas de computadora, sino una lista de empleos para aquella persona ansiosa de engrosar el 50% del grupo de la Población Económicamente Activa (PEA) en Lima Metropolitana que posee un empleo adecuado. Sus dotes persuasivas parecen haberse diluido, luce cansado y no se percata de mi interés al ver las dos banderolas que se hallan en la entrada, de todo lo solicitado me interesa el trabajo de operaria, finalmente me acerco y reacciona, articula sin abrir demasiado la boca: “¿quieres trabajo?, ya, sígueme nomás”. Mientras subimos, la luz se va perdiendo en la estrechez de la escalera, alguna vez crema, ahora bañada en un tono ocre desgastado.

El edificio tiene ese aspecto monumental muy elegante años atrás, sin embargo, ahora es una de esas grandes construcciones del Centro que pasan desapercibidas en medio del caos de bocinas, gritos y gente atropellándose. Oficina 400. El hombrecillo consulta a unas muchachas con apariencia de secretarias y le señalan otra dependencia, voy a parar a una habitación pequeña repleta de sillas, distribuidas en cuatro columnas por seis filas, pegadas como en un microbús. Espero en un ambiente de plantas artificiales, a la vez que veo las noticias por un televisor ubicado justo encima del escritorio, en el que luego de unos minutos, Eliana escribe las indicaciones para acceder a un puesto. Ella aparece con su minifalda negra, los tacos número 7, su blusa de tonos rojizos (algo escotada) y con una cintura que no se deja ver porque ésta ha tomado un aspecto de almohada. Un papelito con la palabra ACEPTADO, las opciones de empleo para marcar con un aspa, luego están la zona, el día, la hora. Por último, Eliana estampa su firma en la hoja, me recalca el DNI y los cinco soles que tengo que traer si realmente quiero el empleo.

Scorpion autorizado

La primera cuota da acceso a la ficha, previa entrega del documento de identidad, se procede a llenar los datos: nombre, dirección, edad, grado de instrucción, entre otros, e impresa en la parte inicial del papel: Scorpion SRL.

El cuarto piso es silencioso, a las justas se oye el barullo entre oficina y oficina, una comunión que va desde el departamento 400, 400-A, 400-D, 401, 401-A, 402, 402-A, 402-B. Así se publicitan en los clasificados desde el 29 de enero de 2001, fecha de creación de la empresa, correctamente registrada en la SUNAT como Servicios Generales Scorpion SRL. Además, el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (Mintra) en su Registro Nacional de Agencias Privadas de Empleo, constan 76 compañías debidamente autorizadas a funcionar en Lima y Callao, entre ellas está la mencionada agencia, su plazo de vigencia que venció el 19 de junio pasado ya ha sido renovado, para seguir brindando sus servicios de obtención y dotación de personal.

(http://www.mintra.gob.pe/contenidos/programas/dnfp/archivos/ape2007.pdf)

¿No eran solo S/. 5.00?

“¿Currículum?, no hija, no, nada más deneí y cinco soles”. Expresa Eliana repasando sus cabellos con sus manos, luego agrega: “El nombre de la empresa te lo decimos después”. Solo S/. 30.00 más cuesta conocer la localización del centro laboral, con tres turnos electivos en el caso de operaria y, aparte del pago semanal, los viáticos van por cuenta de la casa. Pero antes del contrato, un abono más para la agencia. Después de abandonar el imponente edificio plomizo e invadir la avenida Wilson, con un recibimiento de humo y carros en competencia, dirigirse a la dirección encomendada puede ser una tarea frustrante, pues no existe en Lima la ubicación de la fábrica.

El trabajo “¡Directo!” (al desvío) como dicen sus once anuncios domingo a domingo, busca incautos entre 17 y 48 años en el cuarto piso, muy cerca de Floricienta, un prostíbulo en el departamento 407 del mismo inmueble. Los reclamos pueden conllevar al pago de otras sumas, para los “trámites” correspondientes. Antes de despedir el eco que hacen mis pasos mientras camino a la salida, el hombre que funge de vigilante en la entrada, me mira unos segundos y, después de recorrerme visualmente, se acerca y achina los ojillos: “Usted no se tragó el cuento ¿no?”.

20/9/07

¡Salud por el santo!

Fiesta Patronal de San Bartolomé

Había bebido su fe en cada sorbo de aguardiente. Los ojos le brillaban, sucumbían ante la belleza bicolor, giraba sin dejar de mirarla, se tambaleaba y seguía alelado en su flameo. Cuando se cansaba, cedía el honor a su compañero, quien cogía la bandera sin abandonar de su mano derecha el elixir que lo mantenía despierto, por ahora. Una botella bolonga contenía el precioso líquido que se repartía de boca en boca en nombre del santo, San Bartolomé.

La comunidad ayacuchana se había reunido en un punto, para mí, muy alejado... cuando bajé de la 31, habrían pasado alrededor de 20 minutos desde que vi los Pantanos de Villa, y en éste, una pelota se paseaba entre los pequeños pies de unos chiquillos, gran revoloteo en oposición a una figura estática, que no iba acorde con el panorama, era la olvidada fábrica Luchetti. Cuando llegué, aquel 19 de agosto, el ambiente parecía algo apagado, solo cuatro días desde el terremoto que asoló el sur, no se veía como un día propicio.

El santo miraba, frente al estrado, lo que a su alrededor se gestaba, como un espectáculo donde él era el privilegiado, pero para que no esté solito, la virgen le acompañaba. Y, de vez en cuando, iban hacia él fieles a tocar su manto de yeso, persignarse, prenderle una velita, en fin, agradecerle el milagro. Eran casi las tres de la tarde y llegó el ticket a mis manos, a cada asistente le era brindado ese boletito en hoja bulky para que exija su almuerzo. La carapulcra amilanó el vacío y como no hay primera sin segunda, más allacito, otras pailas me hacían ojitos, otro ticket más, guiso de carne, por favor.

Si bien el cuarteto de cuerdas no escoltaba mis bocados, un arpa de cóndores pintados y vistosas formas geométricas revelaba sus sonidos y era como sentir a un David reencarnado en un alma andina. A su costado, Edgardo se concentraba en su violín, el arco repasaba cada nota en sus cuerdas como un dulce llamado al huaynito. Dos hombres más con ponchos rojo y verde, inflaban sus cachetes y se ponían colorados de esfuerzo, los wak’rapuku demandan energía para poder elevar sus músicas al viento, son como trompetas del cuerno de un toro.

El local era grande, había espacio suficiente para ser cochera, salón de baile y para la función honrosa, el coso, sí, un coso en el que algunos niños jugueteaban mientras aún no venían las bestias donadas por familias que ahora no recuerdo. El símbolo patrio seguía oleándose y la chicha, el calientito, el aguardiente se repartía en botellitas personales para mayor disfrute. Una exposición cultural con fotos a blanco y negro, unos papeles firmados, exhibían una obra de ingeniería destruida por los Apus.

Las dieciocho horas, algunos ya se habían situado en las graderías cuando el anfitrión llamaba a través del micrófono a las gentes para que ocupen un buen lugar antes de que inicie el show. Poco a poco se fue poblando el coso y se hacían grupos para compartir una caja de cerveza, un solo vaso cada diez, ¡Salud! ¡Salud!. Se llamó al Jilguero para que cante dos canciones en quechua, que zapatee fuerte, aplausos, aplausos, algunos gritaban otro, otro. La Reyna se hizo presente, con pollera azul y blusa celeste, deleitó a un público que ya empezaba a sentir los estragos del licor. Dos cantantes más y ¡qué se alisten los caballos!.

Marinera. Su pequeñez recorrió con profesionalismo el suelo sin pavimento del coso, la niña, vestida de blanco y negro con un tocado en la cabeza, lució su baile, que de ayacuchano no tiene mucho, pero era parte del espectáculo. El caballo de paso brincó elegante mientras otra pareja bailaba la misma danza. La marinera se robó miles de aplausos, aunque más, el caballo.

Llegaron los toros en un camión y los valientes toreros se disponían alrededor del coso, dispuestos a la muerte, en realidad no, no hubo sangre, pero sí buenas corneadas. Como siempre, los primeros ejemplares son los menos salvajes, sirvieron para calentar el ambiente, pero unos grititos de terror, igual, se colaron por ahí. A la vez que la Reyna María Guerra repartía su volante entre los expectantes. ¡Ole! ¡Ole! ¡Ole!... empezaban algunos acercamientos peligrosos y el rojo vibraba entre los cuernos que ahora se incrustaban en unas piernas inexpertas. Luego vino un casamiento, en medio de la bravura de un toro negrísimo que rascaba en la tierra antes de correr hacia sus víctimas.

Picarones y anticuchos recién hechos se vendían, el tiempo había pasado y los estómagos reclamaban nuevos manjares, para refrescarlos, más tarde que temprano, cervecita rica y heladita. No se hizo esperar el baile, muchos demostraron no haber olvidado los pasitos de un buen huayno, y entre desconocidos se juntaban a hacer una ronda, la edad no importaba. Yo, de pronto, me vi dando vueltitas con una señora que rebasaba los 60 y unos niños que no pasaban de los 10. Yo, bailando, sudando la gota gorda de un mix interminable, sintiendo los ojos de San Bartolomé.

2/9/07

En cuatro ruedas, un amor

Todos los días se trasladan miles de personas en microbús, éste es un retazo...

Era invierno, pero era como estar en un sauna. Una mano aprovecha el frenazo inesperado en tocar la parte baja de un uniforme gris, se apodera del glúteo juvenil de una infortunada estudiante del colegio San Fermín. Un letrero que indica paradero prohibido es desapercibido por el chofer, que aprieta el freno a fondo en una maniobra que solo sus años le han permitido controlar y librar su rostro de una de una página policial. Al ritmo de Pimpinela “... y te crees valiente”, se oye un conglomerado de voces que insultan al “animal”, “idiota”, “inescrupuloso” hombre que maneja el timón; el cobrador ha ahorrado su discurso de calles, sus probables 14 inviernos se han acostumbrado a las quejas y prefiere no meterse en el lío diario de papá, a la vez que exhibe su camisa púrpura, como flameante bandera, por toda la vía expresa Grau.

Sastres y uniformes se condensan en una masa febril, pugnan por llegar al trabajo o centro estudiantil, la comodidad se deja en casa mientras las lunas se empañan y un niño en brazos escribe su nombre con el dedo. Las agujas del reloj no dejan de avanzar cuando la escolar pregunta qué hora es a un sujeto, antes de que sus párpados se rindan al sueño, y éste pronuncia suavemente: Un cuarto pa’ las ocho. La 90 se ha estancado en el semáforo que divide la avenida con Paseo Colón y una retahíla de comerciantes se apodera de la pista, otros, en tanto, tocan la zampoña, el charango y el tambor en el carro de al lado, no tan lleno, que espera ansioso el cambio de luz. Un tropel se abre paso hasta la meta cuando un Condorito les recuerda que paguen con sencillo, tintinean las monedas en la mano ennegrecida del cobrador, que de colegial conserva los pantalones grises y los zapatos sin betún.

La mano que deslizaba sus dedos por cuerpo ajeno, ahora sostiene la baranda y pega su cuerpo a cualquier dama, su piel canela no discrimina y se apura en llegar a la puerta, chilla ¡Bajan!, pero el chofer no le atiende, solo mira su espejo ojo de pez, en el que el número 90 se agranda con mayor rapidez. Verde. Cambio de velocidad, arranca, empezó en “gana-gana”. El hombre de la mano traviesa ha caído en medio de la pista y su rencor lo expresa con un carajo entre los dientes, lo último que distingue al ver correr “ese” vehículo, es a la estudiante que le saca la lengua, como un fulminante ¡bien hecho pendejo!. Casi llegando a Bolognesi, la escolar consigue un espacio para sentarse y dar una repasada antes de dar el examen, pero el dibujo de un falo de tinta indeleble sobre el blanco tapiz del asiento que la precede, le impide concentrarse, recuerda la clase de educación sexual de su colegio tan parroquial.

Gringa desde la altura de su oreja hacia sus puntas descuidas, el cabello de la que pasa el papelito con los números 5-6-4, resalta en ella, porque está toda de negro. La “datera”. Un lapso de tiempo para ella, sube al transporte, y toca la pelada, la nariz de tucán, y el tatuaje en la mano del responsable del timón, le da un beso, casi en la oreja, para murmurarle: guapo, nos vemos el domingo en ese hotel. Ríe como loca y se zambulle a la piscina de la calle. La otra 90 ya le pasó y no vale la pena seguir yendo a gran velocidad. El carro ya no corre, trota. “Al fondo hay sitio” y también un bebé que llora y que hace imposible pensar que tales gritos pertenezcan a ser tan pequeñito. Abre la blusa celeste y saca el seno del sostén, ¿quiere teta el bebé?, la madre quinceañera da lechita fresca al nene. La escolar vuelve la mirada a sus apuntes y resalta el importante uso del condón, para no ser como aquella madre adolescente, hay que tener una carrera.

Inclina la gorrita a la derecha, el hijo del chofer ruge ¡Todo Brasil! ¡China toda la Brasil!... suben dos más. Es hora de cobrar, reparte pasajes a todo aquel que da su sol, en esta ocasión, no tiene medio ni escolar. Caen los cincuenta céntimos por descuido de ella, agachados los dos, se miran, sonríe la estudiante, sonríe el cobrador (le da boleto Adulto). De pronto “¡Bajan esquina!”, la madre adolescente va al Hospital del Niño y presurosa baja de la 90, el nene ya no llora. 8:15 am, la escolar llegará tarde, una vez más. Sube una pareja que cruza los 30, el cobrador les indica que avancen al fondo, porque ahí hay asiento, que avancen, por favor... de milagro no se ofuscan, y “avanzan al fondo”, no hay mejor lugar que los últimos asientos para brindarse caricias y besos, de un amor que nació ayer.

Para aquel que no desayunó, un desfile de galletas, dos por cincuenta, cuatro por un sol, “mira padre, madre, ayúdame que Dios te lo va agradecer”. Y si no quieres comer, la piedad te vendrá bien, los tajos en los brazos, el rostro maltratado, “acabo de salir de prisión, no soy de aquí, soy del norte, ya no quiero robar más, apóyame para regresarme, no tengo ahora para una bolsa de caramelos, no lo hagas por mí, hazlo por mis hijos que me esperan”. Caramelo de menta para tu garganta, cura asma, cura bronquios, ¿sí o no, doctor ambulante?. “Ya llegó, ya llegó, la alegría de tu vida, oiga caballero ¿no escuchó?”, unos chistes malos de la mujer que se arregla y el hombre no, saca el sombrerito arco iris y pide un sencillito por haberte arrancado una sonrisa. Ya no quedan moneditas en la billetera Puca de la escolar, ya se acerca a su paradero final, ¡ojalá y la dejen entrar al cole!, saca un lapicero y apunta algo tembloroso, justo un bache en el número 3, que sale muy deforme.
Angamos se anuncia en un letrerito blanco que viaja en la mano derecha del cobrador. Tímida, toca el hombro púrpura del, ahora, entusiasta jalador. Vuelve él la vista hacia la tez rosada de la niña de uniforme a cuadros azules, ella se decide a mover los labios y comunicar, casi con pesar, que baja en la otra esquina. El cobrador quisiera estar peinado, bañado, en fin, bien arreglado, para invitarla a salir, pero su voz solo puede producir una palabra: ¡Paradero! ¡Paradero!. “Somos novios / mantenemos un cariño limpio y puro / Como todos / procuramos el momento más oscuro / para hablarnos...”. Ella rebusca en su bolsillo, baja el primer escalón, el segundo, pero antes de pisar vereda, da un pasaje arrugado al hombre púrpura. Un perrito se queda moviendo la cabeza, como mirando la reacción, la mueve desde encima del mueble donde se apoya el timón. Desdobla el papelito, pero antes mira el Señor de la Misericordia -en sticker- en la ventana de la puerta, ve la letra azul: Susana, 456 8473. Un aire fresco le acarició la piel.

Escultura en metal: La combi asesina
de M iguel Ángel Velit


30/8/07

Blogday



Viernes 31 de agosto es el día del Blogday

La reunión es a las 2:00 pm: Plaza Barranco (INDECI)
(nos unimos para ayudar)
Un poquito más tardecito, a las 7:00 pm: Mochileros - Barranco
(nos unimos para brindar)
Para más información:

http://blogdayperu.blogspot.com/
http://www.blogday.org/

No faltes ;)

8/8/07

Tercera parte: A golpe de despecho

Es un secreto. Nadie en su casa puede saber de aquel “oficio” que de vez en cuando le saca de aprietos económicos. Uno de los padres del niño vive en el exterior y solo da para los útiles del menor. Diana rehuye a mi cámara, como a cuantas otras se le han presentado, ella no busca dinero en exhibirse, sino ya lo hubiera obtenido yendo a uno de esos talk shows de moda hace un tiempo.

Lleva su cabello hacia atrás como para no olvidar su femineidad y sigue con los destapes que parecen interminables historias que oía en murmullos: “¡Si te contara! –me dice- La otra vez vi a mi compañera del cole en uno de esos últimos programas en que cuentas tu caso... y bueno, salía ella con su hija, que la habían violado... la encuentro y que no era verdad”. Así ha visto muy de cerca casos particulares, en los que por una cachetada bien plantada te daban tu “alguito más”. Su amiga de épocas escolares ganó fácilmente 400 soles (“mita a mita con la hija, le pagaron bien”). ¡Cuántas veces a ella también le ofrecieron! Pero Diana, siempre reacia.

Norma ha vuelto con su esposo, (“¡qué sonsa esa mujer!”, exclama). Y Diana continúa bailando en esta madrugada sin cielo y sin luna. La vida es un carnaval. Ella no pierde oportunidad de divertirse y baila la salsita que tanto le agrada en alguna pollada o, si es mejor, va al Timbalero. “No todos los días, pero cuando se puede... además mi comadre es la que pone, ella tiene plata e invita”. Entonces ella toma su cerveza y se deja guiar por la música, sus hijos duermen y su madre los cuida. Brinda con un vaso en la mano, ¡por ellos!, ¿por los hombres?, ¡no!, por sus hijos.

Fin

6/8/07

Segunda parte: A golpe de despecho

Diana pertenece al Vaso de Leche, es madre (y de paso, padre, como muchas de sus vecinas) de tres niños, de doce, ocho y dos años. Asimismo, ante los problemas de salud, tiene el SIS, Seguro Integral de Salud que, aunque no le tiene confianza “es que no son doctores, te mandan a los practicantes nomás”, alivia alguna de sus carencias. En esa falta de recursos justifica lo que hace: “le podríamos decir como un trabajo pues, por la necesidad, porque también esto es como un acto de delincuencia también ¿no es cierto? –de pronto, sus ojos cafés parecen salirse de su cavidad natural y su voz estremece los oídos más delicados- ¡No directamente! ¡No!, nos pagan”. Y ahora Diana sabe lo que puede valer esa clase de “encarguitos”, alrededor de $ 100.00.
Mes de la primavera (2006), faltaban pocos días para el cumpleaños de su segundo hijo (“yo estaba que quería hasta comprarle una torta a mi hijo”, expresa Diana). Setiembre es el mes de la alegría, y eso fue lo que lo que sintió una mañana. Se presentó un hombre ante ella, “así como quien dice, cayó del cielo –y da un aplauso mientras pronuncia la última palabra- porque justo necesitaba para darle algo, un presente, algo a mi hijo”. La nueva víctima era otra mujer joven, a quien había que romperle la nariz, desfigurarla, “y no lo pensé, me dije, le pegaré, pero romperle la nariz, no, o sea eso fue en mi pensamiento”. Gonzalo Portocarrero, sociólogo, dice que el “criollo” forma grupos que ven en la trasgresión social, la única manera de salir adelante, no los detiene la posibilidad de hacer daño (1).
Como todo negocio que va viento en popa, éste, el de “hacer justicia callejera”, es uno más, traspasa las fronteras del propio barrio y dirige los puños hacia Vitarte. El nuevo cliente ofreció la suma, “yo hablaba de soles y él agarra y me dice, yo te voy a dar 100 dólares, cuando los ojos (sus manos se expanden cerca de sus sienes, como aclarándome que aquella suma era digna de llevarse acabo el atraco)... pero también era más chamba pues”. Aparte, el generoso hombre, le dio 50 soles de pasaje. Diana ríe jubilosa y por momentos tapa su boca con su mano, dice que con ese chequecito, al toque, toque, compró la tortaza de chantillí para su pequeño que recién cumpliría sus ocho, muy literales, primaveras.
Revisaban la foto de Zulema, la víctima, recostadas en un muro frente al domicilio indicado. Era lunes y apenas empezaba el día. A las diez, mientras, su hijo estaría en la hora de recreo, compartiendo la torta con algunos de sus amigos, Diana y su compinche escuchaban la palabra de dios, sí, unos evangelistas se acercaron a ellas a hablarles sobre el paraíso solo para buenos. Diana me jura que lo dudó, que parecía una señal para dejarlo todo atrás, pero por otro lado, su amiga necesitaba dinero y ella, no quería incumplir el trato, tampoco. Solo la vieron asomarse a la puerta, pero ya era hora del almuerzo, decidieron emprender el regreso, pero el destino se encargaría de juntarlas unas cuadras más allá. Empezaba el show:
- Viva eres ¿no?
- ¿Qué? ¿Qué le pasa? -con una cara de sorpresa enorme.
- Yo te he visto con mi marido, no te hagas la tonta. (Diana dice que, por respeto, no me quiere revelar las palabras exactas).
- ¿Qué?... quizás fue lo último que alcanzó a decir, porque luego vino la “tunda”. Los vecinos se aglutinaron pensando certera la historia de la amante, las apoyaban y se oían arengas como “¡sigue!” o “¡pégale a esa perra!”. El resultado: la cara arañada y el cuerpo semidesnudo a la intemperie. La nariz sin la deformación esperada, pero para ellas, era suficiente y hora de cobrar lo prometido.

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1/8/07

Primera Parte: A golpe de despecho

El amor puede expresarse de mil formas y Diana es una “justiciera de callejón” en los giros del corazón...

Estaba por cumplirse el vigésimo sexto aniversario del matrimonio de Norma, mujer delgada de 47 años que no pasa del metro cincuenta, sin embargo, el ideal de esposo que todas sus amigas envidiaban –padre amoroso dedicado al trabajo-, se desmoronó el año pasado. La “otra”, que solo parecía existir en su novela favorita, estaba amarrada a los brazos del infiel en esa noche de abril, en la que paseaba con su mejor amiga (Sabrina), por el Centro de Lima. Norma se volvió en una insomne de cuyos ojos no salían más que lágrimas. Sabrina sugirió en susurros, pasadas unas semanas del incidente, contactar a Diana para “hacer justicia”, es decir, pegar a la intrusa.
Caminar por el barrio de la Unión (Agucho) es quizás una proeza de pocos foráneos. La zona está dominada por un grupo de amigos de la plata fácil: los Picheiros, el líder es el Culo verde, muchacho de unos 23 años, tiene arma y varios carros (“uno plomo, que le cambió las lucecitas, algo... porque no sé a quién había matado”, dice Diana como si contara un día de mercado, así de cotidiano). Recuerdo, mientras trascurre esta historia, los sabios versos de Lavoe: La gente le teme / porque es de cuidado / pa' meterle mano / hay que ser un bravo / si lo meten preso / sale al otro día / porque un primo suyo / 'tá en la policía (“se dice que su padrino es un coronel, se dice y debe de ser, porque él hace pendejada y media y nunca le pasa nada”, expresa Diana). En medio de esa atmósfera vive ella, entre los disparos de ayer -provenientes de la pistola del temido varón-, entre polladas que terminan en botellas que se rompen en la cabeza de algún invitado y escuchando siempre la salsa de Panamericana.
Diana es una mujer corpulenta de metro setenta y cuatro, sus cabellos negros no hacen mucho por esconderse entre los mechones acaramelados (de un tinte de esos que venden a nomás de cinco soles por el Centro), su piel es trigueña y de su dentadura pronunciada sale una voz estruendosa que, cuando se acuerda de algún dato, parece gritarlo como quien descubre algo sumamente importante, además, inclina su tronco hacia delante y con el dedo índice señalando al techo. Se dedica a lavar ropa por docena (S/. 6.00), limpia casas esporádicamente, pero la plata no le alcanza, dice. Su físico le ha ayudado a conseguir un trabajo extra: golpear a sus congéneres a cambio de unos billetes. Ella necesita los datos de la persona, si es posible, una foto, entonces, Diana y su amiga actúan de inmediato –porque hacerlo sola es correr muchos riesgos. Al principio, inexperta en los precios, la “justiciera” cobraba solo 20 soles por “el encarguito”.
La uña rojiza a medio pintar del dedo de nuestra aprendiz de sicaria, escarba la nariz esperando encontrar algún rastro olvidado de mucosidad, y después de hacer un recorrido de 360° por el orificio, mira su hallazgo y lo echa al piso con un delicado juego entre el índice y el pulgar, mientras aquel ritual sucede, Diana no deja de parlotear: “Mi amiga tumbó lo que había en la mesa”, la puerta del cuarto de amor estaba entreabierta, así ingresaron a la casa de la susodicha amante. Él estaba adentro, “tan sinvergüenza él, que le pega a la señora, me meto yo a agarrarla a la señora, porque era mi clienta pues, como le van a pegar a quien me iba a pagar, me meto y me muerde el perro y me saca un pedazo de pantalón y el marido se fue corriendo”. Diana y su compinche le dan “su merecido” (un moretón en la cara y algunos rasguños) a la muchacha, “joven era, pero fea, fea, la tal Norma se la comía, pero la otra sería buena en la cama, quién sabe ¿no?”.

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