El amor puede expresarse de mil formas y Diana es una “justiciera de callejón” en los giros del corazón...
Estaba por cumplirse el vigésimo sexto aniversario del matrimonio de Norma, mujer delgada de 47 años que no pasa del metro cincuenta, sin embargo, el ideal de esposo que todas sus amigas envidiaban –padre amoroso dedicado al trabajo-, se desmoronó el año pasado. La “otra”, que solo parecía existir en su novela favorita, estaba amarrada a los brazos del infiel en esa noche de abril, en la que paseaba con su mejor amiga (Sabrina), por el Centro de Lima. Norma se volvió en una insomne de cuyos ojos no salían más que lágrimas. Sabrina sugirió en susurros, pasadas unas semanas del incidente, contactar a Diana para “hacer justicia”, es decir, pegar a la intrusa.

Diana es una mujer corpulenta de metro setenta y cuatro, sus cabellos negros no hacen mucho por esconderse entre los mechones acaramelados (de un tinte de esos que venden a nomás de cinco soles por el Centro), su piel es trigueña y de su dentadura pronunciada sale una voz estruendosa que, cuando se acuerda de algún dato, parece gritarlo como quien descubre algo sumamente importante, además, inclina su tronco hacia delante y con el dedo índice señalando al techo. Se dedica a lavar ropa por docena (S/. 6.00), limpia casas esporádicamente, pero la plata no le alcanza, dice. Su físico le ha ayudado a conseguir un trabajo extra: golpear a sus congéneres a cambio de unos billetes. Ella necesita los datos de la persona, si es posible, una foto, entonces, Diana y su amiga actúan de inmediato –porque hacerlo sola es correr muchos riesgos. Al principio, inexperta en los precios, la “justiciera” cobraba solo 20 soles por “el encarguito”.
La uña rojiza a medio pintar del dedo de nuestra aprendiz de sicaria, escarba la nariz esperando encontrar algún rastro olvidado de mucosidad, y después de hacer un recorrido de 360° por el orificio, mira su hallazgo y lo echa al piso con un delicado juego entre el índice y el pulgar, mientras aquel ritual sucede, Diana no deja de parlotear: “Mi amiga tumbó lo que había en la mesa”, la puerta del cuarto de amor estaba entreabierta, así ingresaron a la casa de la susodicha amante. Él estaba adentro, “tan sinvergüenza él, que le pega a la señora, me meto yo a agarrarla a la señora, porque era mi clienta pues, como le van a pegar a quien me iba a pagar, me meto y me muerde el perro y me saca un pedazo de pantalón y el marido se fue corriendo”. Diana y su compinche le dan “su merecido” (un moretón en la cara y algunos rasguños) a la muchacha, “joven era, pero fea, fea, la tal Norma se la comía, pero la otra sería buena en la cama, quién sabe ¿no?”.
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7 comentarios:
Uyuyuy, al parecer te gustan las policiales. Abril rojo, de Roncagliolo. Léelo.
para una joven berenjena:
Redonda y agradable al gusto,
agua abundante la alimenta
en todos los jardines;
y tal como el peciolo la sustenta
parece el corazón de una oveja
en las garras de un águila.
Hola Bere, no te llamarás Berenice, verdad?, jeje.
Me doy con la sorpresa de que el Ipa ya estuvo por aquí, es bueno saber eso.
Buena crónica, no dejes de escribir.
Suerte.
Tremenda había resultado la tal Sabrina. Y en cuestiones de quien es mejor en la cama, pues te cuento que las "sentadas" son más alucinantes con las mujeres corpulentas... punto para Diana!
Saludos,
Vaya historia! Y claro que me acuerdo del caldo de gallina, pero este blog no había visitado..donde dejé mi comentario?
Policiales, no? ajaaja
Sabes quien soy. Tienes un círculo que siempre es el mismo. Y eso me da risa.
interesante conocer sobre esa lima oscura, sombria...muchas veces invisible para sus propios habitantes.. cada personaje , una historia, una vida, temores, alegrias, amor, odio, un mundo entero por conocer.
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