25/12/07

El otro dueño del volante: taxista


- De aquí a la derecha
Las dos manos se posaron en el timón y la maniobra se convirtió en un paisaje nuevo.
- Déjeme pasando el árbol seco.
Las palabras diseñaron el próximo movimiento. Contó las monedas una a una. Asintió con la cabeza. Y suavemente se dibujaron unas palabras en sus labios:
- Feliz Navidad, señorita
El tono pesado de su voz contrastaba con la sonrisa sin dos dientes que miraba fijamente mis ojos antes de bajar. La calle me recibía con su monotonía de hace veinte años. Pronuncié:
- Feliz Navidad, señor Vicente. Como figuraba en un sticker en la parte superior derecha de la luna frontal de su carro (económico y pequeño, que se debate entre aquellos que dudan entre la inseguridad de viajar en él o confiar en los movimientos advenedizos que solo un Tico puede hacer).
Seis soles han recorrido la vía expresa, los seis soles que guarecían en mi bolsillo izquierdo esperando ser acariciados por otras manos continuamente, continuamente.

***

La familia iba rumbo a casa en un viejo Volkwagen amarillo, el chofer tenía pliegues en el rostro mostrando sus años y su extrema delgadez. El diente plateado brillaba cada vez que la palabra “Fujimori” endulzaba su discurso, con la frente en alto recordaba a quien fue “el salvador” del terrorismo. Escuchábamos e insistíamos en otros planteamientos para no creer en el Chino. Los pliegues se acentuaban. Su fe en el Chino era un escudo infranqueable ante nuevos argumentos, era como intentar cambiarle de religión. “Robó, pero hizo cosas, todos roban, pero él hizo algo”. El taxista puede convertirse en un analista político o en una fuente segura de opinión. Su voz ha sido escuchada al abrirse la puerta con un nuevo pasajero. Ha sido olvidada al cerrarse. O ha conseguido un nuevo adepto. “Alan es un ladrón, se dio la gran vida en Europa…”.

***

La cerveza había descontrolado nuestros afanes guardados desde hacía un mes. Salieron a la luz de la manera más natural, así como un sol ilumina la cuidad, así nuestras pasiones se habían desbordado, igual como la espuma rebalsaba el vaso. Paramos un Station Wagon. Habíamos descubierto el perfecto rincón para nuestro rebalsamiento irracional. Y mientras una mano se deslizaba por debajo del polo verde, las uñas rasgaban la espalda del adolescente compañero de amor. Unos ojos indiscretos se colaban a mi manera de olvidar los consejos de mamá: no dejes que te toquen, los hombres a veces solo quieren otra cosa, antes de casarte no pienses en sexo, dedícate a los estudios en vez de al enamorado, cuídate de los chicos, ¡qué es eso de choque y fuga!.
- ¿Es por aquí?
- Sí, sí, sí, siiiii… pronunciaba sin que mis labios se despegaran de los de mi amigo.
- ¿Doblo a la derecha?
- ¡Oh!, a la izquierda maestro, a la izquierda…
A veces un taxista sabe cuando callar y solo sortear escuetas preguntas necesarias.

***

Las lecciones de vida se cruzan por los ojos y oídos, a veces se quedan como imágenes o se graban como música. Las lecciones no siempre se encuentran en un libro o en la iglesia. Se acerca un niño, como tantos otros, a la luna por la que sobresale el brazo cobrizo del joven taxista. Quebró el ruido, propio del Centro de Lima, para preguntarle su nombre: ¿Cómo te llamas, muchacho? En un cambio de patrón de palabras aprendidas, el niño de ojos color manzanilla respondió: Pepe. Interrumpió y olvidó su perorata diaria, apenas alcanzó a expresar que una fruna podemos comprar, pero sus ojos tristes obtuvieron un brillito de estrella (como las verdaderas estrellas se esconden de nuestro cielo, estos destellos también se esconden de los rostros de los niños, sin embargo, las estrellas existen y son más difíciles de ver en los ojillos acostumbrados a vivir bajo cielo limeño). En un consejo de viejo conocedor de las verdaderas campañas de marketing, explicó el taxista: Sonríe, no pongas cara de lástima para que te compren, yo cuando vendía caramelos hacía reír a la gente y me compraban, ¡uy! Si vieras como rayaba… sonríe, no causes lástima niño. El semáforo cumplía su función de pasar de rojo a verde. Un cambio y arranca.

***

Era una lata grisácea. Previa rebaja, son solo cinco soles los que cruzarán la avenida para llegar a mi destino. Al enfrascarme en aquella lata con ruedas, no era solo apartarme de la serenidad de la calle a esas horas de la noche, era respirar otro aire. La Parada, aquel mercado que fue la receta diaria de Humareda en sus pinturas, sofocaba el auto, era el mismo aire que fulmina el olfato más sensible. Sobreviví los quince minutos que duró el viaje en medio de un silencio en el que absorbí la inspiración de Humareda y un perfume barato de varón. El silencio se abandonó al pronunciar: en esta esquina me deja… Con el rostro algo apenado, recibió el billete en el que lucía Quiñones. Conté el vuelto y dije gracias.

***

Había acabado la comisión y esperábamos el taxi contratado por la universidad, teníamos los equipos en nuestras mochilas y con los ojos abiertísimos intentábamos ubicar algún carro negro. Samuel y yo nos preocupamos cuando ya habían pasado algo más de diez minutos y no veíamos el carro… empezamos a recorrer los alrededores y solo atraíamos bocinazos que nos pedían ser los afortunados que nos lleven. Nos llamaron a avisarnos que el auto ya estaba en la puerta desde hace ya rato. Dimos un vistazo más con cierta duda. Una señora de cabello cano volteaba una página de un diario, fijamos nuestros ojos en aquella dama y en el carro en que ella estaba. Nos acercamos con pasos dubitativos, preguntamos si era la empresa que buscábamos. Con una sonrisa, la dama respondió: sí, suban, hace rato he estado esperándolos.
Nos ubicamos en el asiento trasero con las miradas desencajadas. No esperábamos una taxista. Era devastador sentir que habíamos obviado de nuestra búsqueda aquel carro en el que la chofer estaba ojeando su diario. Siguió su camino sin preguntas. Solo nosotros hablábamos sobre las fotos que tomamos en aquella, mi primera comisión.

***

- Ha salido muy tarde usted. Expresó el taxista con suspicacia, como quien hace un ampay al hallar a la chiquilla con su pareja.
En un ataque por demostrar que mi vida no era solo besitos, empecé a contar algunos de mis logros académicos, eso que suele agradar a los adultos que piensan en una juventud perdida, que piensan en una generación de perreo desinteresada en nuestra realidad. No quería una felicitación o una frase que me impulsara a seguir, solo era restregarle en la cara que no todo tiempo pasado fue mejor, es solo distinto.

***

Ésta mañana tomé un taxi. 25 de diciembre. El caballero, que me cobró tres soles para ir a una feria, resultó ser un galán al paso y confiaba plenamente en sus dotes de seductor.
- ¿Cómo te llamas?
- Berenjena
- Yo me llamo Carlos, mucho gusto…
Intenté derivar la conversación al vacío, cuando luego de unos instantes:
- Feliz navidad. Tomó mi mano pálida y pensé en estrechar las manos como un saludo afable. Su mano llevó la mía a sus labios, dio un beso sonoro. Entonces me arrepentí de haberme sentado en el asiento delantero.
- Felices fiestas… también
- ¿Te volveré a ver? Solo alcancé a hacer un sonido gutural
- ¿Por dónde vives?
- Ah… por el Centro de Lima. Como una bendición, timbró mi celular.
En pocos minutos llegué al punto acordado, pagué exacto y caminé hacia la feria.

***

Otros recuerdos se suceden en mi mente con melancolía, otro año más que se nos pasa en un abrir y cerrar de puertas. Y recuerdo las sabias letras de Lavoe: Oiga mire taxi, coja su dinero y guárdese el cambio, ya estamos llegando, esta es la tristeza, ésta es mi agonía, adiós y buena suerte… si alguien le pregunta cuál fue mi destino, no le diga a nadie que tomé el camino de los que no quieren que los vean llorando por causa de un amor. El encargado de nuestros próximos destinos -especialmente cuándo estamos apurados, sino, a chapar bus nomás-. La música en cada cuatro ruedas es otra historia. Las formas de manejar otra. El semáforo, la pista, el transeúnte (que no conoce de la luz roja), tantos detalles olvidados, tantas puertas aún sin abrir. Innumerables historias empiezan al estirar la mano y parar un nuevo taxi, historias que acaban al cerrar la puerta y agradecer llegar a tiempo y con vida (en Lima, nunca se sabe).