30/8/07

Blogday



Viernes 31 de agosto es el día del Blogday

La reunión es a las 2:00 pm: Plaza Barranco (INDECI)
(nos unimos para ayudar)
Un poquito más tardecito, a las 7:00 pm: Mochileros - Barranco
(nos unimos para brindar)
Para más información:

http://blogdayperu.blogspot.com/
http://www.blogday.org/

No faltes ;)

8/8/07

Tercera parte: A golpe de despecho

Es un secreto. Nadie en su casa puede saber de aquel “oficio” que de vez en cuando le saca de aprietos económicos. Uno de los padres del niño vive en el exterior y solo da para los útiles del menor. Diana rehuye a mi cámara, como a cuantas otras se le han presentado, ella no busca dinero en exhibirse, sino ya lo hubiera obtenido yendo a uno de esos talk shows de moda hace un tiempo.

Lleva su cabello hacia atrás como para no olvidar su femineidad y sigue con los destapes que parecen interminables historias que oía en murmullos: “¡Si te contara! –me dice- La otra vez vi a mi compañera del cole en uno de esos últimos programas en que cuentas tu caso... y bueno, salía ella con su hija, que la habían violado... la encuentro y que no era verdad”. Así ha visto muy de cerca casos particulares, en los que por una cachetada bien plantada te daban tu “alguito más”. Su amiga de épocas escolares ganó fácilmente 400 soles (“mita a mita con la hija, le pagaron bien”). ¡Cuántas veces a ella también le ofrecieron! Pero Diana, siempre reacia.

Norma ha vuelto con su esposo, (“¡qué sonsa esa mujer!”, exclama). Y Diana continúa bailando en esta madrugada sin cielo y sin luna. La vida es un carnaval. Ella no pierde oportunidad de divertirse y baila la salsita que tanto le agrada en alguna pollada o, si es mejor, va al Timbalero. “No todos los días, pero cuando se puede... además mi comadre es la que pone, ella tiene plata e invita”. Entonces ella toma su cerveza y se deja guiar por la música, sus hijos duermen y su madre los cuida. Brinda con un vaso en la mano, ¡por ellos!, ¿por los hombres?, ¡no!, por sus hijos.

Fin

6/8/07

Segunda parte: A golpe de despecho

Diana pertenece al Vaso de Leche, es madre (y de paso, padre, como muchas de sus vecinas) de tres niños, de doce, ocho y dos años. Asimismo, ante los problemas de salud, tiene el SIS, Seguro Integral de Salud que, aunque no le tiene confianza “es que no son doctores, te mandan a los practicantes nomás”, alivia alguna de sus carencias. En esa falta de recursos justifica lo que hace: “le podríamos decir como un trabajo pues, por la necesidad, porque también esto es como un acto de delincuencia también ¿no es cierto? –de pronto, sus ojos cafés parecen salirse de su cavidad natural y su voz estremece los oídos más delicados- ¡No directamente! ¡No!, nos pagan”. Y ahora Diana sabe lo que puede valer esa clase de “encarguitos”, alrededor de $ 100.00.
Mes de la primavera (2006), faltaban pocos días para el cumpleaños de su segundo hijo (“yo estaba que quería hasta comprarle una torta a mi hijo”, expresa Diana). Setiembre es el mes de la alegría, y eso fue lo que lo que sintió una mañana. Se presentó un hombre ante ella, “así como quien dice, cayó del cielo –y da un aplauso mientras pronuncia la última palabra- porque justo necesitaba para darle algo, un presente, algo a mi hijo”. La nueva víctima era otra mujer joven, a quien había que romperle la nariz, desfigurarla, “y no lo pensé, me dije, le pegaré, pero romperle la nariz, no, o sea eso fue en mi pensamiento”. Gonzalo Portocarrero, sociólogo, dice que el “criollo” forma grupos que ven en la trasgresión social, la única manera de salir adelante, no los detiene la posibilidad de hacer daño (1).
Como todo negocio que va viento en popa, éste, el de “hacer justicia callejera”, es uno más, traspasa las fronteras del propio barrio y dirige los puños hacia Vitarte. El nuevo cliente ofreció la suma, “yo hablaba de soles y él agarra y me dice, yo te voy a dar 100 dólares, cuando los ojos (sus manos se expanden cerca de sus sienes, como aclarándome que aquella suma era digna de llevarse acabo el atraco)... pero también era más chamba pues”. Aparte, el generoso hombre, le dio 50 soles de pasaje. Diana ríe jubilosa y por momentos tapa su boca con su mano, dice que con ese chequecito, al toque, toque, compró la tortaza de chantillí para su pequeño que recién cumpliría sus ocho, muy literales, primaveras.
Revisaban la foto de Zulema, la víctima, recostadas en un muro frente al domicilio indicado. Era lunes y apenas empezaba el día. A las diez, mientras, su hijo estaría en la hora de recreo, compartiendo la torta con algunos de sus amigos, Diana y su compinche escuchaban la palabra de dios, sí, unos evangelistas se acercaron a ellas a hablarles sobre el paraíso solo para buenos. Diana me jura que lo dudó, que parecía una señal para dejarlo todo atrás, pero por otro lado, su amiga necesitaba dinero y ella, no quería incumplir el trato, tampoco. Solo la vieron asomarse a la puerta, pero ya era hora del almuerzo, decidieron emprender el regreso, pero el destino se encargaría de juntarlas unas cuadras más allá. Empezaba el show:
- Viva eres ¿no?
- ¿Qué? ¿Qué le pasa? -con una cara de sorpresa enorme.
- Yo te he visto con mi marido, no te hagas la tonta. (Diana dice que, por respeto, no me quiere revelar las palabras exactas).
- ¿Qué?... quizás fue lo último que alcanzó a decir, porque luego vino la “tunda”. Los vecinos se aglutinaron pensando certera la historia de la amante, las apoyaban y se oían arengas como “¡sigue!” o “¡pégale a esa perra!”. El resultado: la cara arañada y el cuerpo semidesnudo a la intemperie. La nariz sin la deformación esperada, pero para ellas, era suficiente y hora de cobrar lo prometido.

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1/8/07

Primera Parte: A golpe de despecho

El amor puede expresarse de mil formas y Diana es una “justiciera de callejón” en los giros del corazón...

Estaba por cumplirse el vigésimo sexto aniversario del matrimonio de Norma, mujer delgada de 47 años que no pasa del metro cincuenta, sin embargo, el ideal de esposo que todas sus amigas envidiaban –padre amoroso dedicado al trabajo-, se desmoronó el año pasado. La “otra”, que solo parecía existir en su novela favorita, estaba amarrada a los brazos del infiel en esa noche de abril, en la que paseaba con su mejor amiga (Sabrina), por el Centro de Lima. Norma se volvió en una insomne de cuyos ojos no salían más que lágrimas. Sabrina sugirió en susurros, pasadas unas semanas del incidente, contactar a Diana para “hacer justicia”, es decir, pegar a la intrusa.
Caminar por el barrio de la Unión (Agucho) es quizás una proeza de pocos foráneos. La zona está dominada por un grupo de amigos de la plata fácil: los Picheiros, el líder es el Culo verde, muchacho de unos 23 años, tiene arma y varios carros (“uno plomo, que le cambió las lucecitas, algo... porque no sé a quién había matado”, dice Diana como si contara un día de mercado, así de cotidiano). Recuerdo, mientras trascurre esta historia, los sabios versos de Lavoe: La gente le teme / porque es de cuidado / pa' meterle mano / hay que ser un bravo / si lo meten preso / sale al otro día / porque un primo suyo / 'tá en la policía (“se dice que su padrino es un coronel, se dice y debe de ser, porque él hace pendejada y media y nunca le pasa nada”, expresa Diana). En medio de esa atmósfera vive ella, entre los disparos de ayer -provenientes de la pistola del temido varón-, entre polladas que terminan en botellas que se rompen en la cabeza de algún invitado y escuchando siempre la salsa de Panamericana.
Diana es una mujer corpulenta de metro setenta y cuatro, sus cabellos negros no hacen mucho por esconderse entre los mechones acaramelados (de un tinte de esos que venden a nomás de cinco soles por el Centro), su piel es trigueña y de su dentadura pronunciada sale una voz estruendosa que, cuando se acuerda de algún dato, parece gritarlo como quien descubre algo sumamente importante, además, inclina su tronco hacia delante y con el dedo índice señalando al techo. Se dedica a lavar ropa por docena (S/. 6.00), limpia casas esporádicamente, pero la plata no le alcanza, dice. Su físico le ha ayudado a conseguir un trabajo extra: golpear a sus congéneres a cambio de unos billetes. Ella necesita los datos de la persona, si es posible, una foto, entonces, Diana y su amiga actúan de inmediato –porque hacerlo sola es correr muchos riesgos. Al principio, inexperta en los precios, la “justiciera” cobraba solo 20 soles por “el encarguito”.
La uña rojiza a medio pintar del dedo de nuestra aprendiz de sicaria, escarba la nariz esperando encontrar algún rastro olvidado de mucosidad, y después de hacer un recorrido de 360° por el orificio, mira su hallazgo y lo echa al piso con un delicado juego entre el índice y el pulgar, mientras aquel ritual sucede, Diana no deja de parlotear: “Mi amiga tumbó lo que había en la mesa”, la puerta del cuarto de amor estaba entreabierta, así ingresaron a la casa de la susodicha amante. Él estaba adentro, “tan sinvergüenza él, que le pega a la señora, me meto yo a agarrarla a la señora, porque era mi clienta pues, como le van a pegar a quien me iba a pagar, me meto y me muerde el perro y me saca un pedazo de pantalón y el marido se fue corriendo”. Diana y su compinche le dan “su merecido” (un moretón en la cara y algunos rasguños) a la muchacha, “joven era, pero fea, fea, la tal Norma se la comía, pero la otra sería buena en la cama, quién sabe ¿no?”.

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