13/2/10

Libertad

Negada al nacer. Ellos barajan el eterno yugo que nos identifica, el recuerdo de un muerto, el famoso jugador, la actriz de novela, el protagonista de una parábola, el nombre de mamá... mil razones que cargamos tras la inocente firma de una partida de la que no somos conscientes.

Mi nombre es Libertad, no es una metáfora a mi vida, ni una alusión a mi máximo deseo, es lo que han destinado mis padres sobre mí. ¿Eso implicaba las risillas de los compañeros de clases? ¿La sonrisa del profesor al pronunciarlo? ¿La sorpresa del médico al examinarme? ¿Mi cabeza buscando refugio después de escuchar las tres sílabas que marcan mi ser?

A veces el nombre deriva en un apodo, otras es un aspecto físico, a partir de una anécdota, la imaginación fluye en cualquier dirección. ¿Por qué Libertad?, me decía desde pequeña, más reclamo que pregunta, pero con los años, el por qué adquiere nuevos significados. Pero no hallé respuesta, no en ellos.

En mis primeros años solo buscaba esconderlo (¡qué paradoja, esconder la Libertad!), luego busqué las razones:

1. ¿Será por la admiración a la actriz de novela mexicana?

2. ¿Será el amor al departamento norteño en el que mamá estudió primaria?

3. ¿Será que la vertiente estrellada caló en mis padres al límite de honrar en mí las palabras de Haya de la Torre?

4. ¿Será que, desengañados por el aprismo, prefieran que lleve el nombre del Movimiento que fundó Vargas Llosa y otros sabiondos?

5. ¿Será que querían darme lo que a ellos les faltó, pero que al final también me lo arrebatan con disimulo (o sin él)?







Me gusta mi nombre. Me gustaría aún más poder elegir (yo no escogí Libertad, yo quiero mi libertad)

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