Diana pertenece al Vaso de Leche, es madre (y de paso, padre, como muchas de sus
vecinas) de tres niños, de doce, ocho y dos años. Asimismo, ante los problemas de salud, tiene el SIS, Seguro Inte
gral de Salud que, aunque no le tiene confianza “es que no son doctores, te mandan a los practicantes nomás”, alivia alguna de sus carencias. En esa falta de recursos justifica lo que hace: “le podríamos decir como un trabajo pues, por la necesidad, porque también esto es como un acto de delincuencia también ¿no es cierto? –de pronto, sus ojos cafés parecen salirse de su cavidad natural y su voz estremece los oídos más delicados- ¡No directamente! ¡No!, nos pagan”. Y ahora Diana sabe lo que puede valer esa clase de “encarguitos”, alrededor de $ 100.00.
Mes de la primavera (2006), faltaban pocos días para el cumpleaños de su segundo hijo (“yo estaba que quería hasta comprarle una torta a mi hijo”, expresa Diana). Setiembre es el mes de la alegría, y eso fue lo que lo que sintió una mañana. Se presentó un hombre ante ella, “así como quien dice, cayó del cielo –y da un aplauso mientras pronuncia la última palabra- porque justo necesitaba para darle algo, un presente, algo a mi hijo”. La nueva víctima era otra mujer joven, a quien había que romperle la nariz, desfigurarla, “y no lo pensé, me dije, le pegaré, pero romperle la nariz, no, o sea eso fue en mi pensamiento”. Gonzalo Portocarrero, sociólogo, dice que el “criollo” forma grupos que ven en la trasgresión social, la única manera de salir adelante, no los detiene la posibilidad de hacer daño (1).
Como todo negocio que va viento en popa, éste, el de “hacer justicia callejera”, es uno más, traspasa las fronteras del propio barrio y dirige los puños hacia Vitarte. El nuevo cliente ofreció la suma, “yo hablaba de soles y él agarra y me dice, yo te voy a dar 100 dólares, cuando los ojos (sus manos se expanden cerca de sus sienes, como aclarándome que aquella suma era digna de llevarse acabo el atraco)... pero también era más chamba pues”. Aparte, el generoso hombre, le dio 50 soles de pasaje. Diana ríe jubilosa y por momentos tapa su boca con su mano, dice que con ese chequecito, al toque, toque, compró la tortaza de chantillí para su pequeño que recién cumpliría sus ocho, muy literales, primaveras.
Revisaban la foto de Zulema, la víctima, recostadas en un muro frente al domicilio indicado. Era lunes y apenas empezaba el día. A las diez, mientras, su hijo estaría en la hora de recreo, compartiendo la torta con algunos de sus amigos, Diana y su compinche escuchaban la palabra de dios, sí, unos evangelistas se acercaron a ellas a hablarles sobre el paraíso solo para buenos. Diana me jura que lo dudó, que parecía una señal para dejarlo todo atrás, pero por otro lado, su amiga necesitaba dinero y ella, no quería incumplir el trato, tampoco. Solo la vieron asomarse a la puerta, pero ya era hora del almuerzo, decidieron emprender el regreso, pero el destino se encargaría de juntarlas unas cuadras más allá. Empezaba el show:
- Viva eres ¿no?
- ¿Qué? ¿Qué le pasa? -con una cara de sorpresa enorme.
- Yo te he visto con mi marido, no te hagas la tonta. (Diana dice que, por respeto, no me quiere revelar las palabras exactas).
- ¿Qué?... quizás fue lo último que alcanzó a decir, porque luego vino la “tunda”. Los vecinos se aglutinaron pensando certera la historia de la amante, las apoyaban y se oían arengas como “¡sigue!” o “¡pégale a esa perra!”. El resultado: la cara arañada y el cuerpo semidesnudo a la intemperie. La nariz sin la deformación esperada, pero para ellas, era suficiente y hora de cobrar lo prometido.
***