Las polleras apiladas en sus cuerpos, el sol como corona y los rostros rojos de tanta chicha. Los Incas bailan antes del lento paso de la Virgen. Los Turcos no tienen corona, pero sí espada. La estatuilla se hace esperar entre sombreros de palma, los mismos que invaden casi toda la plaza. En ella, algunas representaciones han sido carcomidas por una plaga extraña, sobreviven algunos, cuya majestuosidad ha sido lograda con los años, las nuevas lucen desarregladas. Así como algunos lados de la plaza donde las pistas serán rehechas, mientras tanto: barro. Sobre ellos flamea una bicolor que no es de esta época. Conforme el día central se acerca, más pies se aglomeran, más polleras se amotinan, más movimientos como el de los venados, los osos, los emplumados y los que van en contra. De lejos el verdor del Sazón y la tristeza del Toro. Y cuando la luna vigila, el color se dispara al cielo y llueven rojos, amarillos, verdes de fuego.
Este párrafo de aparente confusión cobrará algún sentido conforme los siguientes posts sobre un viaje a la tierra de mi abuela.
Kurt Cobain dixit..
Hace 10 meses
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