18/11/07

Más allá de la muerte

Hay un mundo de vivos

Todo tiene su final, nada dura para siempre. La muerte es definitiva y desconocida. No hay estudioso que descifre las leyendas urbanas del “más allá”. La incógnita crea expectativa. Y ésta, divinidad. El primero de noviembre, día de los santos, los cementerios se ven abarrotados de gente. Una extraña veneración más allá de nuestro tiempo. Cuenta el cronista Guamán Poma de Ayala que los incas loaban a sus muertos en el mes de noviembre. Eran exhumados y paseados por el poblado, a su vez, les daban de comer y beber. Una tradición que no se desliga totalmente de nuestros días.

Comienza el alba y con ella las primeras almas llegan al camposanto. Lima se viste de flores frente al cementerio. El Ángel ha abierto sus puertas y recibe, como ningún otro día en el año, a la masa de visitantes y la feria que a su alrededor se gesta. Cuadra 16 del jirón Ancash – Barrios Altos. El Cementerio del Ángel (su nombre real) fue inaugurado en junio de 1959, para cobijar los cuerpos inertes que ya no cabían en el Presbítero Matías Maestro.

Como me ha dolido, cuando me dijiste el echarme al olvido. Las olas de gente parecen turbulentas. Cualquier otro día, serían mansas o casi habría sequía. Entre rezos y algunas lágrimas que ruedan silenciosas sobre mejillas sonrosadas por el calor de una primavera que recién se avizora. Y que se percibe, de manera indirecta, en el perfume de las flores que no deja de poseer los pabellones febriles. Las flores –víctimas de cuchillos, tijeras y ligas- forman un cuadro de puntillismo en medio de una percudida blancura.

Suenan algunos saxos, percusión y guitarras. La lira Jaujina afina los instrumentos y filtra su música entre sollozos de gato. “Todos los primeros venimos”, expresa Guillermo con una sonrisa de media luna. “Diez soles unas tres canciones, depende…” responde despidiéndose de mis dudas. El grupo ha conseguido un cliente. Más allá, uniformados y con sombrero, la fiesta se apodera de media cuadra. ¡Zapatea, que viene el huayno!. La orquesta Folklórica Nuevo Amanecer impone el ritmo por el taita Humberto.

Beben y beben y vuelven a beber, los peces en el río por ver al Dios nacido. El negocio es el negocio. Las carretillas de comida ofrecen chicharrón, mazamorra o cebichón, también hay emoliente y gaseosa de china, no falta el higadito ni el tallarín rojo con huancaina. ¡Una porción de anticuchos! ¡Otra de picarón!. Quizás prefiera visitar a su difunto saboreando un turrón. O tal vez, un buen vaso de licor.

Una misa. Un rezo. Un cántico. Los mausoleos son estructuras artísticas que guarecen a las familias “importantes”. Algunos son especies solitarias. Abandonadas por el olvido de su descendencia de rimbombantes apellidos. Angelitos desnudos, vírgenes opacadas por el tiempo, cruces de exageradas decoraciones. Luis Banchero Rossi se halla sepultado desde 1972 y su recuerdo sigue latente en cada flor que al pasar cualquier transeúnte le deposita y se persigna, quizás con esperanza de que el empresario hubiera sido un buen presidente.
Triste está mi corazón al saber que te marchas en ese tren… Santa Glicerina es el nombre del pabellón que guarda en su interior, cual tesoro del pueblo, al hombre que hizo que los cerros bajen cuando cantaba: Chacalón. A quien diariamente acuden sus fieles oyentes (y creyentes) a ponerle un ramito cual santo patrón. Pero el pueblo no detiene su fe, Augusto Ferrando está enterrado en el Pabellón San Bartolomé y no son pocos los que recuerdan la multitudinaria despedida del famoso conductor de Trampolín a la fama. Al que no le falta, tampoco, un jazmín, un pompón o un clavel.

En las afueras una procesión de ambulantes ataviados de disfraces, como un Barney que intenta vender sonajas a madres incautas. Desde sábila a un caparazón de tortuga, más la labia de quien oferta su producto natural, atrae a un grupo de cinco, seis atentos posibles clientes. Mientras a través de un megáfono se anuncia el fin del mundo, el calendario del Señor de los Milagros se reparte gratuitamente por algunos miembros de la cuadrilla.

Lava, refriega bien todo depósito con agua. Saca, saca el dengue de tu casa. Se elevan escaleras a los nichos más altos. Cincuenta céntimos cuesta llegar y poner las flores en su lugar. Subsistirán hasta que el agua empozada adopte un tono de óxido y el ramo cumpla aquel dicho que reza: la belleza es pasajera. Arena húmeda en vez de agua señala el folleto del Minsa. Todos reciben el volante con el interés de echarse aire.

Un monumento en nombre del periodismo. Colegas que sufrieron los artificios de una época sangrienta de nuestra historia. Las víctimas de Uchurajay son resguardados por la imponencia del cementerio. Una cámara registra el mausoleo y va en busca de los otros focos “noticiosos”.

El día que te fuiste, triste me quedé llorando. Por sus mejillas ruedan la tristeza de ver al amor perdido. Recitan las flores su aroma. Una guitarra naufraga al canto desolado de ¡Ay, Chabela!. Llora y recuerda. Mientras el coro repite: No importa tu ausencia te sigo esperando, desde un equipo, desde un puesto que evoca los boleros de Lavoe a 3 soles cada CD. ¿Nada menos? “No pues, yo pago por estar aquí”. No hay silencio en el camposanto de negocio urbano.

Escoltado por los cuarteles: La Pólvora –que agoniza su existencia con cada ladrillo del nuevo complejo habitacional de Mivivienda- y El Barbones –conocido por los Húsares Junín que su interior alberga. Se levanta el cementerio que le es reservado a los de escasos recursos (contrario a los años mozos de su creación). Y su fachada tiene el mérito de lucir los murales de Szysylo y las esculturas de Joaquín Roca Rey.

Dobla el triste dos de noviembre
Y la rama del presentimiento
se la muerde un carro que simplemente
ruede por la calle
(César Vallejo)


Paulo Cohelo sigue demostrando que la “literatura” de autoayuda es la más vendida. Las películas de estreno se venden en el piso. La campaña contra el dengue continúa en su estante. A la par que los policías tocan sus pitos intentando disgregar a los heladeros. Un bebe grita su aburrimiento. Algunas lágrimas siguen cayendo en este mediodía soleado que hace más intensa la caminata. Probablemente los muertos no comparten con los vivos la fecha festiva. Pero sus almas siguen esperando primero tras primero de noviembre más allá de las disposiciones de la iglesia. Más allá de las costumbres ancestrales. Porque la muerte sigue siendo un territorio desconocido. Y mientras tanto, el mundo sigue siendo de los vivos.